Inventario de una expedición

Alejandro González

Inicial lúdica

Yo guardo sortilegios. Hagan juego.
De los finos adagios de la espera
solo quedan los dioses con su canto.
La esperanza es un mito que no vuelve.
Todo estremecimiento no es apoyo.
La memoria también hace sus trampas
y no deja lugar en los pasillos.
Yo fui la pieza oculta, el desvarío,
el tonto que se escribe en la cabeza.
No miento. La memoria es una burla,
la memoria es un eco impredecible.
Hagan juego. Pero háganse los pobres
y los ricos. Pero háganse los torpes
y los beneficiados de la luz,
los niños, los adultos que no fueron
ni llegarán a ser por temerosos.
Olvidarán los dioses sus olvidos.
Amanezcan, incrédulos. Y bailen.
Yo les doy un conjuro de ventaja,
la cándida salud de sus esposas.
Yo guardo sortilegios, hagan juego
que todo sacramento va por mí.


Del polvo que pasó

Pero es cierto que a veces viví como a deshora,
que no encontraba el sesgo furtivo de la paz
y anduve insatisfecho del ocio a la demora
con máscaras y pasos siguiéndome detrás.

Dejaste otro silencio, cuchillos que yo aparto,
sutiles ademanes vagando en plena sombra,
como tristes fantasmas asidos a mi cuarto
donde antes te violaba la cena en una alfombra.

Tú quedabas tan noble, tan lírica y ceniza
mirando aquellos cuadros que horadan la pared,
y entre nervios de espanto, deshecha mi camisa,
testigo insobornable del vuelo y de la sed.

De largas oquedades crecí, de una mordaza
que a fuerza de costumbre y verano se ha roto,
demonio de mi sangre vivo estoy, todo pasa,
apenas queda el polvo, la ruina donde agoto

mis verdades. Las cumbres son ansias que me arranco.
De todo cataclismo resurjo como adicto
que renuncia, soy víctima, asesino, el convicto
de su propia memoria, desasosiego en blanco.


De monumentos y de olvidos

Parecen como inciertas las giocondas
que tras amanecer se transfiguran
y acaso de tenerlas poco duran
no más que ambicionar sus manos hondas.

Hay que dejarlas ir, no las escondas,
la práctica desdobla su finura,
hay siempre una elegía, una ranura
que habrá de concederles nuevas rondas.

Se ha visto al perdedor en pose infame,
al célebre sostén y hasta el que lame
la sutil fechoría de sus pasos.

Mas todo es perdonable, falta el ruido
y aquellos monumentos al olvido
que a veces al dolor le son escasos.


Otra conversación con Manuel Alejandro

Vuelvo a ti porque me vibra
el pecho como un esclavo.
Vuelvo en silencio. Destrabo
tus pesadillas. Soy fibra
de la voz que te calibra
el llanto, el miedo, los pies
al aire o la estrechez
de un ágora que te espera;
yo soy agua, tu ribera,
si soy eco, tú el envés
que reclama. ¿La estatura?
(se alcanza por un espejo).
Sé viajero en lo que dejo
desde el hueso a la ternura.
Sé tú el héroe o el que augura,
del amor espina y oda,
y del odio que se enloda
se su cristal que palabras
serán las puertas que abras
con la verdad. De la coda
vuelvo a ti y en ti me quedo.
¿De qué asirme? ¿de la luz?
¿de tu sueño? ¿de la cruz?
¿del que retorna o del credo?
Vuelvo. Es el hechizo. Puedo
sangrar incluso, lo sé,
¿quién lo niega? ¿quién no fue
peldaño de su equilibrio?
Aprende a tañer el vidrio
y si te esquilma, ten fe,
porque la fe será puerto
de la sangre y de la orgía,
del antojo, la porfía,
de la noche y su concierto.
Anda con el pecho abierto.
Cava, ríe, brinda, pasa,
¿mentir? ¡cuidado! La casa
hereda su transparencia.
Yo soy tú, ¿tú? mi inocencia.
El ancho mundo te abraza.


La cita

Viniste a deshacer el infortunio,
a pregonar tu libre desafío
en el lugar que estuvo la humedad.

Allí me confundí con las albricias,
la conversión a riesgo fue diamante.
Procuraba la voz de los ancestros.

Yo andaba con heridas, fui a los salmos,
no me quedaban almas que invocar.
Admito que jugué cartas difusas.

Paseábame en alcurnias con monedas
y caían las hojas por costumbre,
y caían no más en otro cuerpo.

De pronto en el silencio de las manos
por simples escalones fui al destino
que nubes me pusieron por delante.

¿Será el juicio? ¿La corte inapelable?
Subir es sólo muestra de sudores
y no el poder que augura permanencia.

La permanencia es luz y como luz
puede faltar. Apunto hacia la hoguera,
no me faltan bramidos en la sangre.

Sombras de los esclavos ¿qué me insuflan?
Ocio de los fantasmas ¿qué me lanzan?
¿no trafican mi nombre donde quiera?

¿Se equivoca la piedra? Soy del tiempo.
Acércate desnuda hasta mi puerta
que en mi pecho te ofrezco las aldabas.


Teak Break

En esta cima hay un claro
propicio para la pausa,
no he de sojuzgar mi causa,
lo advierto por el disparo.
Siempre empiezo por lo caro,
lo fácil denigra el gesto,
y en este punto me apresto
—después de celar el pulso—
a convertir el impulso
sobre el páramo. Mi puesto.

Proseguir —ego del paso—
confirma toda insurgencia.
No hay atisbo de clemencia.
No la pedí. Pero el brazo
que empuje si algún retraso
blasfemo. Donde el inepto
caía se alzó el adepto
y el sabio. Vengo del monte,
de la liturgia. El arconte
que me persiga. Yo acepto.

¿Me espera la gratitud?
¿Algún consuelo? ¿Medallas?
¿Acaso con grandes vallas
la infinita multitud?
Lo que busco es la inquietud
de mi mismo. Nada espero.
Secuelas del desespero
ya tengo. También un hijo.
Por eso mi espacio elijo,
y el idioma, el heredero.

Todo, mas nada yo he visto.
El tiempo ha sido un enjambre
de resplandores. El hambre
sólo un ritual que resisto.
Hay bacanal. No desisto.
Me faltan brutales cuestas,
un aval para protestas,
y el espesor de lo incierto,
hasta el insomnio del muerto
me falta. Y no hay respuestas.



Última llamada

Cada vez que el Escritor se va de viaje
cada algunos tiempos cuando el escritor se va de viaje
y no puede llevarse nunca a su mujer
ni al universo que él y su mujer fundaron la noche anterior
—la noche anterior era de Pascuas—
en la que juntos juraron en la Cena de los Pájaros
no volverse jamás a distanciar

Cada vez que el Escritor se va de viaje
y su mujer lo despide con un ramo de nostalgias en la puerta
él siempre asegura que esta será la última vez
”esta será la última vez que la literatura nos separa”

La última vez que el Escritor salió de viaje
pasaron calmos los días
y las noches fueron contemporáneas y distintas
y en su casa estuvo su mujer
pausada
pensativa

La última vez que el Escritor salió de viaje
no hubo ramos
tampoco hubo nostalgias en las puertas de su mujer
—se sabe que una mujer también tiene otras puertas
se sabe de sus cuencos imprevisibles—

La mujer del Escritor halló una Enciclopedia
y se puso a mirar
se puso a mirar también a donde miran los mercantes que ya pasaron
hacia el Sur
mandó a pasear a la nostalgia
que temblaba detrás de la puerta
y le dijo: espérame en el Parque de los Largos Telones
y sintió eso
el síntoma que padecen las mujeres de los escritores

La última vez que el Escritor salió de viaje
—se oyó decir—
que sonaba
i n t e r m i n a b l e m e n t e
la contestadora en casa.


Desafío

En este sitio, alejado milagrosamente del murmullo, puedo desnudar-me, verme la literatura y el diablo que llevo dentro. Yo pienso que en algún otro lugar también me desnudé, pero solo lo pienso, se me ocurre que en aquella ocasión pudo verme una oveja que pacía emocionada a unos pocos pies de mi. Tuve vergüenza, creo, esto igual lo pienso, pero después me gustó. Me parece que la oveja tuvo la misma impresión pues estoy casi seguro que halló algún pretexto para acercarse y volver a mirar. Desnudarse no es difícil, solo hay que estar absolutamente seguro que se desea existir por unos instantes de ese modo. Cerrando los ojos cualquiera se desnuda, pero de esa manera se es infiel consigo mismo y con la raza, además, el hecho entonces no perdura, jamás se dejará de ser un simple aprendiz en el asunto. Claro, tiene que haber disputas, pero el éxtasis de la reconciliación se consigue yendo necesariamente desnudo. Esta es pues la clave, aunque no estoy seguro. De lo que sí es que todos tenemos obsesión por desnudarnos. El peligro está en la frustración, en la no realización definitiva, en la poca profundidad del pensamiento al intentar la obra divina. Por eso estoy aquí, alejado milagrosamente del murmullo. Aquí puedo desnudarme. Lo he pensado. Espero no cerrar los ojos aunque esto también puedo dudarlo. Si estuviera harto de cualquier nimiedad eso quizás pudiera forzarme. Lo admito, incluso ahora que no tengo otra labor y me siento como el paje que levanta a puro grito su choza en medio de la selva. Casi estoy a punto y ahora no sé qué me hace vacilar, o sí, en el fondo espero por la ira del contrario, la protesta inútil de aquellos que no tienen la hidalguía de mostrarse.


Carta 1

Mientras escucho al Bola dejar su gemido ronco con los dedos sobre el ébano del piano, he vuelto a escribir, bajo otras circunstancias: “Sinceramente, tengo miedo”. Puede parecerle risible. Puede, incluso, parecerle irónico. Yo respeto su opinión, Así de sencillo. Quién sabe si los estertores de un año o el advenimiento de lo imprevisible. Hay épocas del año en que los muertos y los frutos se vuelven entrañables. Esto lo dije antes, pero insisto en su clara comunión, en su igual condición de imprevisibles, no solo en esta noche de invierno, en esta hora de diciembre, sino en todas las noches de los días, en todas las horas de la permanente sacudida del tiempo. Le estoy hablando del miedo posible, del más común, el de al insecto pequeño, por ejemplo, el de a la página blanca que espera, el de al ojo atómico que desde no sé dónde nos apunta y secretea. Aquí mismo siento corrientes de insospechados peligros. ¿Será que nuestra especie sus últimas cartas de amor escribe? ¿Será que el mundo ya no soporta este alarido que se transmuta en mí como un eco para el que fui presumiblemente escogido? ¿Negará usted que siente miedo? ¿Se atreverá a no agitar sus manos, enrojecidas luego del aplauso, para espantar tanta ciega obsesión, tanta fe no apuntalada? Mire por la intriga del que pregunta a su lado y mire por su propia quemadura, defienda su piel sin destino, sin paz y sin descanso. Esta es solo la salvación posible. De todas partes vienen a ofrecerme algún espejo, y me advierten: “Tu felicidad está aquí, y la felicidad de tu mujer y de tus hijos. Salta de ese trampolín que ya no hay miedo, salta con tu signo los mares, las nostalgias, abarrota tus bolsillos en el reino de las migajas”. Pero el miedo está porque de todas partes llegan aún noticias de la muerte, y no es a la muerte precisamente el miedo, sino a la pérfida ruptura sin aviso, al temblor, al sobresalto, al desquicio. Quién duda que desde la muerte se dialoga, se pacta, se ennoblece. En esta fiesta de la sagrada familia ¿han olvidado en qué sustancia sutil se vuelve el miedo si se ve de pronto acorralado? Sea feliz y lleve su miedo con orgullo. Muéstrelo, evítelo del polvo y la ceniza para que embista puro la segura conversión. Hágale ver el comienzo y el final de un siglo como mismo ha de hacerle transparente el sueño. No tenga miedo alimentar su miedo, hágalo con el pecho y con las manos limpias, déjelo ser de aquella sustancia imprecisa que se adueña de los jóvenes amantes, los inocentes. Sea su sombra, su joya y su pobreza, su ímpetu mejor y su consuelo, pero hasta el punto útil, hasta el justo punto en que el valor se lo permita.


X

Pero entonces la cárcel dispuso que las lenguas
urdieran su ejercicio secreto en la mazmorra.
La sangre de mi lengua, vendaval de su estirpe,
sublevada en la asfixia, como una bestia, hirvió.
Y bajaron guardianes hasta el fondo del túnel
a sofocar la euforia de inasibles venganzas.
Fosfóricas palabras señorearon vivísimas
que al instante los goznes, los clavos, cerraduras,
apenas soportaban la fuerza, el argumento
para hender con su filo la voz en las paredes.
Vistas así las lenguas hubo que dictar ley,
llamamientos al orden, respeto al veredicto.
Y la ciudad fue selva condenada al mutismo
en manos de chacales, obtusos regidores
de la gesta en contienda, gozosos en el caos.
Mas impedir el canto, la elocuencia del verbo,
el temblor de la imagen fecunda y transparente
sucumbe ante el latido recóndito del alma
y no hay jaula crucial ni luz que le enceguezca.
Las palabras se aunaron en profusos idiomas
y surcaron los cielos a la par de los mares
y la tierra estribó la soberbia triunfante
que en la cena del Mal murmuraron reveses.
Por eso es que las lenguas presumen de su reino,
la segura coraza del trono: la denuncia;
el poder infinito que ante todos esplenden.

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