Inventario de una expedición

Arlen Regueiro

El tío Andrés

Por la ventana el tío Andrés vierte un cántaro de orine
Nos inunda un olor a escorzo
a coágulos de mar que salpican la aventura

Los pecios del juego alimentaron la aurora
cuando los primos anudaban sus pies
incendiando la mano dormida
el gesto que nos ofreció viajar a la nación de los otoños
Llegaban para hundir su quietud
violar el milagro transparente de la siesta

Nunca supieron
Deiny Jesús Marilys
que fue el patio la fronda consternada
donde acostumbramos salvar la permanencia de un río
el recurrente diálogo con su sombra
para que el tío Andrés nos fuera leve
y nos dejara probar
los amargos pitillos que el mismo solía torcer
juntando hojas de tabaco y seca hierba

Nunca supimos en qué lugar de los ojos
tuvo el recuerdo


Los viernes por la tarde

Ella nos leía a Rimbaud los viernes por la tarde
y sus manos parecían temblar de frío
como si en los versos del garzón
fuera el invierno prominente
una aurora boreal de costumbres

Ella nos contaba el eclipse
la pálida suerte de Margarita Gautier
procurando sostener el orgullo en la tos
la piel granulada y expuesta al invierno pulmonar
mientras intentaba ascender una copa invisible
amoldar el mantón y la raída elegancia

Sus labios recitaban las palabras impías
el clamor de unas ciudades convocadas al puerto
para que soñáramos siempre con hacernos a la mar
deleitándonos en el parco oficio de los grumetes

Los viernes por la tarde
cuando me ordenaba repartir cigarrillos de papel entre sus nietos
abuela nos leía los versos más difíciles de Rimbaud
haciendo un círculo de sombras diminutas junto a ella
cual si fuésemos tan nobles como el dulce Aliosha


Saint-tropez, 13 de noviembre. (Cartas a Michelle)

Nunca creas en la niebla ni en los goznes
Quienes pasan por tu cuerpo son un espejismo
y en vanos procuras asirte a su miseria
Las palabras propician el dolor
Todos parten Michelle
nadie se resiste a la ceremonia de ser el mármol
o la silueta del lodo retenida bajo un puente
Yo también los he visto salir
vaciar mis huesos con sus arpones de sol
Nada tengo en los bolsillos
y a veces me acompaña el aire de un perro gris
estas manos que buscan fijar la luz en tu náusea
alimentando el rencor a las piedras familiares
No siempre es la soledad una parcela de la muerte
un ataúd de algas para cerrarte los ojos
No siempre estarás en el andén
bajo la monótona lluvia de noviembre
tejiendo memorias a los grillos
Contemplarlos partir es fácil cuando no vas con ellos
ni asistes al lugar común de los adioses

P/S: Gracias por el té de jazmín. Te envío un gladiolo.


Pronósticos del mirlo

padre
recuerda que también has pronosticado el mirlo
has cosechado la ausencia
y yo no puedo más que elegir
acostumbrarme a ser la rosa de signo oscuro
o morir una extraña levedad de todo

padre
puedes volver a las columnas
a los techos acendrados en la noche
por la fugaz penumbra de los adulterios

padre
puedes partir seguro
jamás robaré tus cigarros
jamás beberé tu vino


A los nueve años

a los nueve años
un hombre dejó mi piel como la hierba
evitando la ingenua cisura de mi cuerpo

dejó días incontables
acequias que pudiera olvidar
si no fuera la noche tanta y muy oscura
con su rotundo peso destejido

habitó en mí una casa lánguida
sobre la cruda falsedad de perderme

unas largas manos crecieron
un lugar donde mirarse
el rabioso borde de los cuchillos

hoy solo queda
un ligero aprendizaje de la nieve


Páginas del agua

Ven, hermano, mitad de mí. Incompleta es tu carne que me desconoce; porque nombrar la luz sería como matarte la mirada, tenerte ciego a pesar de todos los días que puedo resucitarte; cuando sea domingo.
Mi jardín será otro juego de la memoria, sin la costumbre obligada de conocer el camino.
Hermano que no quiero que seas mío, para poder amarte como amo a otro; ven a escucharme todo este silencio, las caricias que me impido pensar en tu rostro.
Ven, hermano de mi entraña; a negarme el fuego. Proclama la edad del agua, ahora que somos piedra, el tiempo indiferente.
El viento ha de ser como una aurora muerta, el vaso herido al borde del café, cuando no brotas reflejo, más que en el recuerdo.
Por eso quiero que seas, hermano mío, carne solamente de mi padre, como si mi padre te hubiera engendrado de sí mismo, y te abortara frente a las nubes donde nunca danzarán, porque nunca serás objeto de la danza, más bien del descalabro.
Páginas del agua son éstas que escribo. Palabras fundadas por toda su impotencia, para bebernos el miedo, el terrible pudor de un beso.
Pero no, hermano, quiero también que sepas cuán imposible son los desnudos, cuán horrible me parece que seas el verbo de mujer, que tengas madre como ésta, la mía, que censura el riesgo del agua, con la parte de mí que no soy yo, porque eres tú.
Ven, hermano, a compartir el vicio de los insomnios, para hacerme dormir sobre tu sombra cada tarde, sobre mi propio semblante marchito, prohibiéndome el sabor de la arena.

Para Antonio M. Regueiro,
hermano desde el cansancio
.



Últimas palabras del joven Rimbaud al poeta Paul Verlaine

para N. E.

hermano paul
querido verlaine
mi amante

ayer te he visto pasar desnudo
embarazado de dolor en todo tu parto
adivinando el iris de mis ojos tras el lienzo
dormido o despierto
insomne o sonámbulo
pero caído hasta mi piel
con el orgullo de la ciudad atemperando el cemento

ayer a ratos me sentía un pájaro
era uno de tantos con perfil de cadáver
donde quiero deshacerme prisionero
esclavo del vuelo sobre mi lumbre

ayer parís no semejaba parís
tan solo un simulacro de la aurora
y notre dame padecía tu pupila
corriendo la lluvia hacia el sena condenándose

ayer a ratos era homicida
ícaro sin alas mecido
por las llamas eléctricas como un muro
y lejos
tan oscuros como el mar
morían los mirlos del cansancio
fugitivos de su propio fuego

ayer casi isla me quedaba
y hoy también desnudo y sin sexo
me atrevo a ser roca con pálpito de templo
cuando aborta la tempestad los calendarios
y no me basta la sed
ni se corrompe este verdor entre mis piernas

ayer fui pájaro y reloj
otro cuerpo sin precio
ayer a ratos quise ser cruel
quise morir y no estabas
era inmortal
para ver en mi rastro la edad del almendro

adiós hermano paul
querido verlaine
mi amante

quiero morir y nada puede salvarme
el albatros ha partido
las islas son tal un pueblo de barcas
y la noche
un solitario puerto donde errabundo espero
ebrio con mi naufragio de naipes
inválido de tiempos

hermano paul
querido verlaine
mi amante
has que la ciudad coma su polvo


Elegía al miedo mientras escucho un poema de Jim Morrison

De ningún cuerpo de cadáver se ausentan nuestros flacos vientres.
El hambre nos guía hasta la fragancia del viento.
Extranjero, viajero, observa atentamente nuestros ojos
y traduce el horrible ladrido de los antiguos perros.
Jim Morrison


Impostora es la noche que al graznido asoma
ahora que el delirio cerval es costumbre
páramo erguido en medio de la estirpe
Impostora la multitud ardida entre los peces
donde vomita su ronda el próximo suicida
incapaz de bordar un sol a su costado

(Tiemblan los espejos
las parejas que fornican en los bancos del parque
mientras el rey Lagarto celebra su impudicia)

Le temo a tus ojos Jim Morrison
al relámpago estremecido en tu carne
como al bullicio de ese hombre que te finge
que inyecta en mi tórax el brillo de su muerte
La navaja divide un polvo insondable
el oficio con que mi abuela incrustaba el arroz
y esparcía correctos designios
al degollar palomas sus manos implacables
Yo esperaba crecer mis cabellos dividirme
ser grumete en las olas promisorias
para no saber que un héroe abocado
lamía la traición arbórea de mi entraña

(Tiemblan las puertas
los relojes obliterados por el tiempo
donde la muerte posee un lirio deleitable)

Me espanta el tejido cristal que nos circunda
cuando llega la cosecha del amor
y los palmos de amapola y mezcalina
fragmentan el accidente lumbar
la hecatombe
que mi aventura cierne sobre sus huesos
Huyo a los antiguos portadores de la sal
a la penumbra sediciosa que nos irrumpe
que anerva esta longitud de escarchas
allí donde la bitácora del sudor nos olvida
Odio la palidez infinita de lo azul
terriblemente hermoso para cercenar tus dientes
esta arcilla donde bebemos la esperma
cada cicatriz frecuentada por el hambre

(Tiemblan mis dedos
las palabras que ayudan a mentir
cuando el silencio de un cigarro sorprende)

Cómo acallar la latitud del pavor
esta gruta muscular que se avecina
al coágulo de escorzos sembrado entre las algas
cual un vientre marino
putrefacto
iridiscente
que desde antes de morir
ya existía



Ciudad de rostro oscuro

Entonces uno de los siete ángeles de las siete copas vino a decirme:
Ven, voy a mostrarte el juicio de la famosa prostituta
establecida al borde de las grandes aguas.
Con ella pecaron los reyes de la tierra,
y con el vino de su idolatría se embriagaron los habitantes de la tierra.
Dicho esto, me llevó al desierto: era una nueva visión.
APOCALIPSIS


Dicen que el tiempo nos legó la desmemoria
que se nos vino encima como un agravio interminable
mutándonos todo
las manos graves de existir
y el temblor hirsuto del silencio
Dicen que extraviamos el hombro derecho
el corazón de inviernos malherido por la espalda
que somos nada Dicen
que no volvemos
y en la palabra se nos dilatan los naufragios
cuando el mundo es un reflejo
una mirada oscura
intransitable

Puesto que toda ciudad puede habitar en otra
yo te saludo libertad errante
yo te aclamo en el riesgo de las llamas
que se ciernen sobre ti
como la serena aventura de los rostros

Ciudad transparente yo te escucho de memoria
en el himno maternal que me precede
Soy instrumento
cuerpo indetenible donde alumbrar el abismo
donde la ciudad es más que Ciudad
Promontorio de arenas
Isla
Morada del imposible
universo

Pero la ciudad no es el ciclo exacto de la duda
ni el temible vértigo donde los años
renuncian a la sed de otros parques
La ciudad no es respuesta solo pregunta
no es lo que se dice sino más bien lo que se ignora
Impuros vitrales que corrigen la luz
Páramo que asoma al margen de sus ruinas
y amanece cual relámpago

Desde todos los días me recorro en los umbrales
infinito como el ángel mutilado del otoño
cuando tu cuerpo ciudad no es el que resucita
sino aquel que aduerme la partida mas no sueña
sacrificando toda su rigidez su pasmo

Mi rostro no es mi rostro
sino un continuo azar de invocaciones
que precoz se yergue y vacila
reencarna en mí y piedra le padezco
cuando me duele y es el adviento
la intemperie
danzando en la entraña fatal de la tormenta

Diminuta ciudad quiero poseerte
atravesar todo el polvo
la sal que me engendra el cuerpo de un hombre
por el ave nacida ayer ceniza de mi vientre
Ciudad límite frontera
Precipicio de constelaciones
Ciudad agua incendiada
Inmanente de la tierra
reencarnas en mí y piedra te padezco
cuando son los espejos otro rostro
otro cuerpo en el cual la ciudad siempre es la misma
procurando el semblante que las llagas me oscurecen

Soy impar
y mi ser es otro ser que azorado no regresa
muriendo esta edad de nacerme que extravío
donde la histeria arde el manantial del mármol
esculpiendo su nostalgia a la luz de un breve incienso

Aquí brota la sierpe incendiando los destierros
la cruz del odio
el cáliz
el tobillo
sangre estéril donde mi cuerpo oscuro se sumerge
desde la íntima ciudad pródiga en canas
fundando los objetos
en el lugar común que alguna vez tendió esta sierpe
apenas para mí
cuando supe que el sueño nos legó la desmemoria
y se nos vino encima como un agravio interminable
dibujo atroz que bajo el signo del aliento
nos borra lágrimas
astros
miedo
duro maderamen que cerró la prepotencia

Y tú ego profundo
Concierto y discurso del habitual adagio
como serás ciudad un simple gesto
desvarío de la carne ya nombrada por el fuego
acallándome el estigma de ser en torno a ti
más enigma aún que la Ciudad
tanto infierno
donde se transmutan el rostro y la carne
mi nombre y tu nombre
en sombra y sierpe

Dicen que el viento nos legó la desmemoria
y ahora Ciudad
cuanto augurio se presiente está en mis ojos
ardiendo tal blasfemia
cesando como el fuego
cesando
como tú
en la piel de lo oscuro

Entonces llovió Jehová sobre Sodoma y Gomorra
azufre y fuego desde los cielos.
Y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura,
con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra.
GÉNESIS



Donde el cuerpo de C. presiente la partida de su amante

No sabrá esta mampara el accidente que colma tu cuerpo
Viéndote partir, cuando no tenga esta madrugada otra orilla,
Ni otro puerto donde se acostumbre a mirarme,
El grato remanso que deja tu silueta asomada en el lecho.
¿En que orto andarás cuando lleguen los vientos?
¿Cuál entrabado airón alanceará mis muslos
Sobre la alfombra donde araño la plenitud de tus hombros,
Las falencias que tu pecho anduvo por mi espalda?
Te hubiera dado el mundo y unos versos tan largos como el día
Perfumando los fragmentos aceitados de tu rostro
Con la más pura transparencia del sándalo, su vahído.
No escribirán mis dedos la entreabierta noche, ni será igual
La distancia coronada por tu piel en mi frente,
Cuando no hay para su tacto un instante, mísero alimento
Que dure todo el adiós en la mañana presentido.
Ven a mis ojos, anídate bajo el vino de la escanciada muerte;
No me dejes cansarte, has volver tus lamentos a las gárgolas,
A los frisos donde han grabado el cadáver de mi cuerpo.
Te hubiera dado mi forma de morir, pero prefieres irte
Dejándome entre los dientes un sabor aciago,
La prontitud de esas velas que se pierden tras el mármol
Al caer la luz sobre el vacío de mi espalda.

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