Inventario de una expedición

Inventario de una Expedición

La tarde del 6 de octubre de 2003 estábamos en el Mirador de Malones, mientras caía el sol sobre la amplia bahía de Guantánamo. Liudmila Quincoses insistía en la necesidad de una foto de grupo que dejara memoria gráfica del suceso, con ella al centro, y Ariel Barreiro me dijo: “Dame un kilo de audio nada más y armo un concierto aquí que los va a dejar locos a todos”. Éramos una treintena de poetas y trovadores juramentados en la tardenoche de aquella montaña, con la Base Naval a nuestros pies y la expectativa, el dolor, la rabia de observar a simple vista el pedazo de suelo nacional ocupado por Estados Unidos, el campo de prisioneros talibanes hacia el este, las luces de los autos que transitaban frente a nosotros y, más cerca, las líneas de demarcación, el territorio minado, las postas cubanas y norteamericanas.
Habíamos llegado al Mirador en el último minuto posible, después de romper lanzas contra viejos molinos, asumir que La Estrella de Cuba era “única e indivisible”, y visitar la unidad del Batallón de la Frontera destacada en la zona este de la Bahía. Era el segundo día de un recorrido de quince que había comenzado en el Mausoleo a José Martí, en Santiago de Cuba, y nos llevaría por todas las provincias del país, en una gira de homenaje al Bicentenario de José María Heredia, organizada por el Instituto Cubano del Libro y la Asociación Hermanos Saíz de escritores y artistas jóvenes. Varias jornadas más tarde, luego de “invadir” poéticamente el centro del país, visitar el Mausoleo del Che, y ganar a verso limpio nuestra batalla de Santa Clara, Teresa Melo y Eduardo Sosa, espíritu y milagro del grupo, coincidirían en destacar la unidad y desprendimiento de los integrantes de la gira como lo más trascendente de esos inolvidables días de (re)conocimiento del país y de nosotros mismos .
El 20 de octubre, día de la cultura nacional, en el momento de la última presentación en Ciudad de La Habana, acumulábamos un agotamiento antiguo, pero era mayor la alegría y certidumbre de quien se sabe feliz participe en un evento que lo trasciende y que quizá sin su aporte hubiese quedado incompleto. Trabajamos sin descanso, respirado a pulmón lleno el aire del país: habíamos (re)descubierto la patria en su continuidad y compartido con su gente, bailado en sus madrugadas, realizado 62 lecturas y conciertos para unas 10 000 personas en parques y plazas, universidades y teatros, librerías, fábricas, hospitales, prisiones, tabaquerías, unidades militares, escuelas de enseñanza media, barrios y comunidades… de las catorce provincias del país, con públicos diversos que se involucraron en la propuesta de un arte de vanguardia, sin concesiones . Nos alegraba también la variedad del intercambio con artistas jóvenes de los territorios visitados, que amplió el alcance y significado de la gira al interior del movimiento artístico. Carlos Augusto Alfonso lo resumiría así: “El viejo anhelo de juventud de recorrer la Isla como saltimbanqui (actuando e interactuando con todos los sectores sociales) ahora se ha cumplido en compañía de grandes artistas y extraordinarios seres humanos” .
Este libro -al cual me parece de rigor conceder el mismo nombre de todo el proyecto, La Estrella de Cuba- quiere dejar memoria escrita de una expedición singular de la poesía por la patria profunda, hacer un inventario de textos de los poetas que participaron en aquella gira-homenaje al fundador del alma nacional, José María Heredia, en el año de su Bicentenario. No se limita, sin embargo, a cumplir ese alto propósito, que por si solo lo justificaría. Si algo satisface en la mayoría de estos poemas es que son expresión de una autenticidad a prueba de artificios, modas, dogmas y escuelas literarias. Su diversidad temática y estilística revela muchas de las claves características de la poesía cubana contemporánea (tan dada a poéticas más o menos clonadas o dialogantes pero también a estéticas contrapuestas y hasta excluyentes entre sí), sin que se resienta demasiado el tránsito de un poeta a otro, la obligada dramaturgia de su discurso combinado. La obra reunida en estas páginas es, de tal suerte, una suma muy representativa de qué y cómo escriben en cada una de las regiones culturales del país los poetas cubanos nacidos después de 1960, integrantes de dos promociones distintas mas no necesariamente enfrentadas en su (re)visión del sentido y utilidad específica de la poesía.
Todos los poetas que participaron en la gira y aparecen ahora reunidos en estas páginas son muy atendibles y pertenecen a lo que se ha dado en llamar la vanguardia artística joven, pero no es esta una antología de la joven poesía cubana, en el estricto sentido que tal definición supone. No pretende serlo. Me haría sentir incómodo cualquier amago de reducir la poesía cubana más reciente a estos nombres o a estos textos. Faltan aquí autores y poemas sin los cuales es imposible plantearse tal propósito. Por una razón u otra no estuvieron esos poetas en el suceso cultural que aquí hemos venido reseñando, al que se ajusta la muestra presentada. Otra vez será, y con el mismo gusto, como solía decirnos Bola, en sitios ya innombrables.
Hay aquí, como corresponde, afinidades y disidencias entre autores distintos y voces individuales muy claramente perceptibles. Varias maneras tendría de relacionarlos: desde sus temas recurrentes y sus prácticas escriturales hasta sus años de formación, sus principales influencias y sus licores predilectos. Pero no me decido por ninguna. Frente a este libro, estos autores, no logro evitar la irracional emoción de recordarlos entre comarca y comarca, diciendo sus textos, firmando libros y autógrafos, todos el mismo y diferentes al conjunto, bajo la desazón y el confort que provoca un(a) nuevo(a) lector(a) seducido(a) por ese poem(it)a y no por otro, aunque nuestras ilustradas mentes discrepen de elección tan impensada.
Cada poeta es un universo que se expande o contrae o deteriora, cada poema un mundo por agotar o desdibujarse, cada verso una puerta que se abre a nuevas interrogantes. Y dentro del caos que alguna vez estructuramos en palabras para intentar encontrarle un sentido, el Lector común, ese desconocido que nos aleja de la sinrazón y detiene el salto a la locura, elige a su manera, según sus referentes, los textos propicios para intentar su propia pregunta. Él señalará en las páginas que siguen aquellos que prefiere para sí y hará marquitas, acotaciones, notas al margen, recordará o buscará otros poemas en libros de este o aquel autor. Sin embargo, no puedo dejar de llamar su atención sobre el hecho de que tiene aquí a la mano a muchos de los más reconocidos poetas cubanos jóvenes de ahora mismo , varios de ellos simplemente indiscutidos e indiscutibles, que se hacen acompañar de unos amigos menos promocionados pero igualmente valiosos. Le propongo penetrar a un espacio donde puede vivir una vida distinta, elegir un verso y regresar más tarde por otro, sin temor a causar molestias.
Adelante. Suyo es todo lo que la poesía ofrece.



Edel Morales
Bahía. Primavera del 2004.

[1]La Estrella de Cuba, considerado el primer poema revolucionario cubano, es seguramente una de las obras de la literatura nacional donde mejor se revela el drama de “aquel que es humano” y emprende un proyecto emancipador. Dice José Martí: “El primer poeta de América es Heredia. Sólo él ha puesto en sus versos la sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza. El es volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas”. Ángel Augier, el más exhaustivo investigador de su obra, considera a Heredia “el primer poeta que expresó el intenso sentimiento patriótico de los hijos de Cuba, y la decisión de conquistar por las armas la independencia y libertad de la patria”. En octubre de 1823, después del fracaso de la independentista Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar en la cual había participado, mientras era perseguido por las autoridades coloniales, “Heredia escribe La Estrella de Cuba, su primera poesía revolucionaria cubana. Convierte a la estrella solitaria en símbolo de cubanía, pues años después la estrella pasaría a la bandera cubana, como la palma a la que le canta en su oda Niágara adornaría el escudo nacional”, nos recuerda Leonardo Padura. Roberto méndez precisa que es “el primero de una serie de poemas donde abiertamente reclama la independencia del país”. Heredia había nacido el 31 de diciembre de 1803, en Santiago de Cuba, tenía 19 años, iba a cumplir los 20, pero lo haría lejos de su amada isla, pues el 14 de noviembre comienza su destierro, del cual no regresaría hasta 13 años después, con un permiso de dos meses. Moriría el 7 de mayo de 1839, a los 35 años, en México, donde permanecen sus restos, que nunca fueron identificados. De ahí el nombre del proyecto de homenaje, tiene ese sentido de utopía y posibilidad infinita.

[2]Para una rememoración detallada de la gira y su significación tanto para la cultura del país como para los poetas y trovadores participantes, sugiero consultar los dossier dedicados a La Estrella de Cuba por El Caimán Barbudo, La Jiribilla y Cauce, entre otras publicaciones que dieron noticia ampliada de la expedición. Recomiendo en particular los artículos El corazón con ganas de bajar a ver, de Teresa Melo, y Sin temor a segundas partes, de Arístides Vega, ambos en El Caimán Barbudo, noviembre-diciembre, 2003.

[3]Por su impacto entre los artistas, tuvo especial relieve la visita a lugares de significación histórica, cultural y política muy importantes para el país como el Mausoleo de Martí, la Brigada de la Frontera, la Plaza de la Patria, Birán, la Casa Natal de Ignacio Agramonte, la Trocha de Júcaro a Morón, el Mausoleo del Che, a sitios relacionados con Heredia como la Casa Natal, la Audiencia de Camagüey o el panteón familiar en Matanzas y espacios de belleza natural y obra humana impresionante como la comunidad Las Terrazas, en Pinar del Río.
[4]Los conciertos centrales de poetas y trovadores se realizaron siempre con gran profesionalidad, alto rigor artístico y buena asistencia de público (siempre más de 100 y hasta 700 personas) en parques y teatros (Terry, en Cienfuegos, Sala Dolores, en Santiago), plazas coloniales como la San Juan de Dios de Camagüey, espacios institucionales altamente simbólicos para la patria y la poesía como la Sala Caturla en Santa Clara o el Centro Hermanos Loynaz en Pinar del Río y sitios hermosísimos como el Bosque de los Héroes en Holguín.
[5]Alfonso, Carlos Augusto: Recorrer la isla como un saltimbanqui. En La Jiribilla. No. 129, 25 de octubre del 2003
[6]Retrato de grupo (Letras Cubanas, 1989), Un grupo avanza silencioso (UNAM, 1991), Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo (Letras cubanas, 2000) y Los parques (Mecenas, 2002), pueden ser consideradas las muestras más amplias y representativas de estas promociones. Pero ni esos cuatro libros, ni La Estrella de Cuba, agotan la asombrosa variedad de nombres y propuestas en la poesía cubana más reciente.
[7]Pensemos, para empezar, en el placer de una tertulia o de un libro de poemas con las voces fácilmente reconocibles de Teresa Melo, Carlos Augusto Alfonso, Edel Morales, Pedro Llanes, Nelson Simón, Arístides Vega y Reinaldo García Blanco, ya viejos en eso de ser presentados como jóvenes. Sitúe en la misma sala o tomito a René Coyra, José Manuel Espino, Rigoberto Rodríguez Entenza, Francis Sánchez, Ronel González, José Antonio Taboada, Alberto Sicilia y Alejandro González, todavía levemente menos agotados en librerías y pachangas callejeras. Hágalos acompañar por un gran coro de voces verdaderamente jóvenes, pero en rápida evolución como individualidades de sólida presencia, dígase Israel Domínguez, Kenia Hidalgo, Herbert Toranzo, Alejandro Ponce, Ray Faxas, George Riverón, Katia Gutiérrez, Arlén Regueiro, Marilyn Roque, Frank Castell, Liudmila Quincoses y José Ramón Sánchez. En el momento de entrar o abrir este libro, rememore el disfrute que produce la música trovadoresca de Eduardo Sosa, Ariel Barreiro, Freddy Laffita, Diego Gutiérrez, Roly Berrío y Pavel Poveda. No dude que será magnífica la composición escénica, pues la dirección corresponde a Fernando León Jacomino. Dispóngase a pasarla bien hasta altas horas de la madrugada y espere magníficas sorpresas de antiguos conocidos y nuevos invitados. Entre y pida usted, que esta noche los poetas de La Estrella… invitan.

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