Inventario de una expedición

Kenia Leyva Hidalgo

Abril
Todo era sencillo y hermoso
como un cántico medieval,
la noche, la lluvia, tu sexo brillando en el centro de la luna
y yo, incorporando a él el desamparo de mi sexo.
Tu cuerpo no sabia qué hacer con la proximidad del invierno
y mi cuerpo se construía su más sublime soledad
donde nacen y agonizan
las fieras terribles de la memoria.
Yo recorría mi tiempo
con una tristeza antiquísima
te imaginaba lejos de todo, hasta de ti,
traicionando a todos desde el puente,
riendo mientras los barcos se hundían en la espera de una señal,
ignorante de las premoniciones y las advertencias.
La ciudad nos ofrecía sus laberintos
como nos ofrece el pan y el día de mañana.
Nada podía contra la oscuridad que se avecinaba,
contra nuestras sombras tendidas como bestias
sobre el extraño sitio que hoy parece lejano e innombrable.
Volvía cada cual a recorrer su tiempo,
esta vez con una rara diferencia:
yo seguía con una tristeza antiquísima
y un velero pretendiendo hinchar sus velas en mi vientre,
tú, lejos de todo,
continuabas riendo mientras el velero se deshacía
sin mirar al horizonte.


Estirpe de tatuados

Al final del siglo
somos los jóvenes mas viejos de la tierra.
Alex Fleites
.

Fácil fue
amanecer con una pregunta distinta.
El tiempo era un mago en la puerta de la feria
llenándonos el asombro de palomas
y pañuelos de colores.
Los días fueron cayendo
con una música cada vez más lejana,
sólo entendíamos que el mundo es redondo
y soñábamos caminar por el borde de la luna
sin perder el equilibrio.
Luego supimos que a nuestra edad
el equilibrio es una bendición.
Nos contemplamos en los espejos más limpios de la ciudad
y nuestros cuerpos eran signos complicados y abstractos
que nunca hemos podido borrar.
Estirpe de tatuados,
estirpe marcada y triste
como un pájaro de isla
o una isla con alma de pájaro.
No importaba observar París desde la torre Eiffel,
contemplar el último baluarte de los moros en España
o dejarse arrastrar por las tranquilas aguas de Venecia.
Teníamos una mirada grande,
recién estrenada,
un río al alcance de las manos
y un amante a la vuelta de la esquina.
Las postales despertaron en las gavetas y en la memoria.
Esta vez eran los canales de Amsterdam,
las calles de New York,
o las góticas plazas de Roma.
A pesar de beber con la sutileza de un antílope
cartas cláusulas vocablos
sólo la nostalgia nos golpeó el silencio.

Espero que un mago en la puerta de cualquier feria
pueda llenar aún nuestro asombro de palomas
/ y pañuelos de colores.


Confesiones

No he sido yo un hombre puro.
Nicolás Guillén
.

Nadie diga que he sido una mujer
derrotada en el centro de la batalla,
que se resignó con ser sólo un amuleto
en el pecho del guerrero,
un espejismo mientras las fieras devoraban
trozos de tiempo.
No piensen que he amado
con la misma serenidad con que un mago
ensaya su próximo truco,
que he borrado las huellas del último amante
o espantado el recuerdo de aquel que vive y muere
en una ciudad lejana a mis ojos.
Nadie diga que no sufrí
cuando mi ciudad y mis amigos
apostaban sus cicatrices en un espacio
tan incierto como el abismo.
Yo no podría jurar en vano
por la limpia sangre del cordero,
amanecer resucitada en el pecho de un hombre
o cantar nostalgias y alabanzas en las tardes
para creerme pura.
Sólo pretendo saberme
una criatura en armonía
con su signo y la piel que evoca
cuando el destino se vuelve un laberinto
azotado por fugas y misterios.


Prólogo para un invierno
.
Muy duro es este invierno
en que no emigran
los animales de la memoria,
sino insisten en devorar la poca cordura
de la ultima estación.
Nada golpea más
que la llegada del amante,
una calle inaugurada por sus pasos
y la malicia de los cuerpos en cualquier sitio.
Nada logra salvarme
de este día donde vuelve
a poseerme desde lejos
y me aniquila el canto de sus ojos.
Los amigos no entienden
por qué no puedo brindar ni acompañarlos en el baile
si todos estamos vivos,
si el tiempo no se detiene.
No puedo decirles que me pierdo,
que busco un momento para llorar,
los dejo creer que nada me asusta,
cuando en realidad no puedo comprenderme.
Muy duro es este invierno
que me sorprende escuchando una canción
y alguien se asombra de mi antojo de escribir un poema
sin saber que escapo hacia esa ciudad
en la que danzas
y muero sin que emigren los animales de la memoria.


La tormenta ha sido dura

Nada habrá que nos salve,
ni los domingos, ni los recuerdos recién bañados en el río,
ni las travesuras de ir creando en cada calle las próximas
travesuras,
ni el amante que en días inocentes
hizo perder la inocencia de los días.

Qué mito estamos tejiendo
para vernos limpios y distantes
sin que duela la memoria.
De qué forma nos fuimos convirtiendo
en otoño que pregunta eco que decompone el mar.
El mar, otra vez el mar, símbolo de todo y nada,
paisaje que hiere y reconstruye.

Incrédulos y melancólicos
nos descubre cada día la ciudad
hija pequeña de la Isla.
Infiel a la madre,
vengativa y lacerante,
ciega los pasos
entregándonos perfectos laberintos,
diseños exquisitos para perderse
y bendecir el abandono entre sus muros.

La tormenta ha sido dura,
como duro es este oficio de náufragos
amando el canto de los pájaros
desde este desamparo.


El silencio puede ser un presagio

El silencio puede ser un presagio, un punto distante en las manos del que espera. Él lo sabe, por eso deambula su ciudad y acaricia el vientre de la amante con admirable serenidad. No pregunta al viajero por el próximo tren, ni por los exóticos veranos europeos. Observa a los árboles, más bien la caída de sus hojas, la levedad de su caída. Piensa en el tiempo. Aquel tiempo donde todo era posible, donde el amor era compartido como el vino, el vino endulzaba su boca, su boca sonreía y decía palabras que nunca ha repetido, palabras que pertenecen a un pasado transformado en este presente silencioso.

Encuentra que sus pasos son el único misterio, el único laberinto que no consigue entender. Ayer el camino era ancho, podía cantar al mismo tiempo que tiraba una moneda al aire con el desafío de cara o cruz. Ahora es otro el camino, y las monedas tienen una sola cara.


Último discurso del profeta

Después de tantos advenimientos, tantas mañanas esperando la próxima señal, he perdido el rastro de mis huellas. Confieso que, de todo lo dicho, la mitad ha brotado de mi delirio. Lo demás, no sé si es verdad o mentira. Sólo dejé que las palabras se encargaran de escoger la ruta. Sabiduría que nunca pude imitar.
Sentado sobre esta piedra, símbolo primogénito de la iglesia, protagonista del pecado y la lujuria, digo el último discurso.
En cada pueblo dejé una palabra, hice un milagro, extendí la fe. En ninguno dejé una esposa, hice un hijo ni extendí mi raza.
De regreso he tropezado varias veces con la certeza de caer una y otra vez sobre la Nada.
Todos bajan la cabeza, incorporan mi cuerpo en un acto de descuido, siguen conversando tranquilamente sobre las muchachas.
Derramo el vino en la cena, parto desigual el pan. En un segundo ordenan la mesa, brindan por la próxima cosecha o comentan la calidad del vino.
Por las noches, arrodillados ante el inmenso desierto o en las mas secretas habitaciones, oran por mi cuerpo, mis pasos. Temen que me convierta en lo que siempre odié: un hombre torpe.
Yo los ignoro, espero que antes de la próxima señal mis huesos no me traicionen.


Disertación de Cleopatra mientras amanece sobre Roma

César,
mientras en las noches te entregas
al delirio del vino y a las guerras,
esta hija del Nilo
burla la posición de tus antorchas,
el torpe sueño de los guardianes,
derrumbándose en las sábanas de Marcos Antonio.
Allí comienzo a domar cicatrices y corceles de su pecho,
beso sus batallas perdidas,
agonizo ante sus lanzas y gestos de victoria.
A él también lo utilizo,
dispongo de su rebeldía.
Pero sus ojos, César,
son lo único que no me hace extrañar a Egipto,
por ellos corren todas las bestias de mi tierra.
En la madrugada
me despojo de leyendas
para que sus manos azoten la soberbia
y su lengua desnude mis palabras.
Amaestradas las fieras de mi cuerpo,
retorno sutil
para verte alabar a tus dioses,
concederles ofrendas
porque esta hija del Nilo
duerma apacible en tu lecho
mientras amanece sobre Roma.


Legado

Qué negra nana, hijo mío...
Delfín Prats
.

Lejos de todo lo innombrable
nos pareció justo inventarnos una canción
que lavara los pasos.
Canción distinta
a la de nuestros padres,
de música prohibida
y melenas culpables,
ellos nos susurran verdades
para que no ignoremos la génesis
de las culpas y los entonces.
Nos pareció justo
escoger el animal que más se nos asemejara
para convertirnos en él,
era como asistir a un baile
en el que todos abiertamente mostraban
su antifaz.
Sobre los nuestros, los errores
de otra generación
sin querer
nos empujan al desquite
sabiendo que el duelo es desigual,
el ofendido jamás escoge las armas
sólo llega puntual a la cita
con todas las miradas y dedos
apuntando a su cabeza.
Parte disputada de mi generación.
Cada estación nos entrega su enigma,
obligándonos a descifrar las señales,
a buscar entre los padres
el código prometido
para aprender a vivir con esta canción inventada
canción lejana y distinta
que nos hace sorprendernos en el centro
mismo de las dudas,
que nos sumerge en viejos estatutos
y nos devuelve a la ciudad aún desconocida
mientras el fruto de lo legado
comienza otro duelo.


Creencia vulnerable

Estaba dispuesta a creerlo todo,
desde el salto del bufón frente al trono
hasta el aplauso de los traidores.
Nunca importaron dudas.
El puñal de Caín
era trofeo bendecido por algún Dios.
Cubría espejos,
afuera relampagueaba
mi tiempo con urgencia.
Tenía miedo de no creer en los fantasmas,
del grito, al otro lado del muro.
Naufragaba entre palabras
navegaba sin brújulas
sujeta a la Nada.

Estuve dispuesta a creerlo todo,
hasta que escupí en el centro de esta época
mi estúpida manía.

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